«Cuando la emoción me invade, sale mi lado más salvaje», cuenta el «Señor Bigotes». A través de un entrañable y amorfo personaje creado en spray por Olga de Dios, María Leach da voz en forma de versos a los distintos estados emocionales que acontecen en el interior de un niño. ¿Qué bigotes me pasa? (Baobab) es un viaje hacia la aceptación de los sentimientos, algo que la poeta conoce de primera mano.
La habilidad para versar las emociones
La alegría, la tristeza, el miedo, el enfado, el asco o la sorpresa. ¿Cómo describir las emociones? ¿Cómo enseñar a los más pequeños a reconocerlas y aceptarlas? La periodista y escritora María Leach lo hace con maestría en su último libro ¿Qué bigotes me pasa?, título inaugural de Baobab, el nuevo sello infantil de álbumes ilustrados de la Editorial Planeta.
María sabe bien de qué habla. A sus 39 años, y tras haber vivido en primera persona la dolorosa experiencia de perder a su marido, la poeta barcelonesa aprendió a gestionar sus emociones mediante la escritura. Primero lo hizo a través de No te acabes nunca (Espasa), un sobrecogedor poemario que congregaba el proceso de duelo tras la pérdida. Hoy nos ilumina con este extraordinario libro infantil. Los más pequeños disfrutarán de lo lindo gracias a la innata habilidad de Leach para profundizar en lo intangible desde la agudeza y el humor.

¿Qué bigotes me pasa? narra la historia de un chistoso personajillo ilustrado por Olga de Dios que trata de encontrar explicación a sus cambiantes estados de ánimo. Tras describir con divertidos versos sus variopintas transformaciones (colmillos que se afilan, trompas que brotan de la nariz o membranas por zapatos), el Señor Bigotes concluye que «¡es de lo más natural hacer un poco el animal!».

¿Cómo surgió la colaboración con Olga de Dios?
Fue una vez estuvo escrito el texto, más o menos un año después de empezar el proyecto. La “culpable” de que este tándem se pusiera en marcha fue Anna Casals, editora de Planeta. En el verano de 2017, tras publicar “No te acabes nunca”, mi primer poemario, Anna me escribió un día por mail. Se había leído el libro y quería quedar para tomar un café. Ahí aprovechó para soltarme la bomba: “Quiero que escribas un álbum ilustrado infantil”. Imagínate mi cara de sorpresa al escuchar sus palabras, ¡más o menos como la del protagonista de “Bigotes”! La vi tan segura de lo que decía que fue imposible rechazar su oferta.
A partir de entonces nos pusimos manos a la obra. Hicimos brain storming de ideas y no tardamos en decidir que queríamos hacer un cuento para explicar a los niños las emociones. Y más o menos cuando tenía la versión número catorce del texto (¡llegué a hacer veinticinco!), se lo presentamos a Olga, que enseguida nos contestó que se subía encantada a nuestro tren. Anna era seguidora de Olga desde hacía tiempo y sabía que podía aportar mucho al proyecto. En total, han sido dos años de trabajo que, tras ver el resultado, puedo decir que han valido mucho la pena.
¿Cómo creasteis el personaje para que os permitiera mutarlo en distintos estados manteniendo siempre su esencia?
Esto tiene su gracia porque, al principio, el “spray” –o el “Señor Bigotes”, como tú le llamas :-)– era en realidad un niño que se iba a llamar Simón. No obstante, cuando el texto llegó a manos de Olga, fue ella la que propuso cambiar el nombre de Simón por cualquier otro con el que no fuera tan evidente identificar el género del protagonista. Así, viendo que podía ser muy interesante crear un personaje que no fuera ni masculino ni femenino, decidí cambiar el cuento de tercera a primera persona. También eliminé todos los adjetivos (por ejemplo, en vez de decir “estoy enfadado” lo cambié por “siento enfado”) y se lo pasé de nuevo a Olga. ¡La pelota estaba totalmente en su campo! Solo con el texto, no se sabía quién narraba la historia y la forma gráfica de ese “ser” tenía que nacer de los pinceles de Olga. Y así fue como surgió el “spray”, cuyo cuerpo se va transformando según las emociones que siente.

El «Señor Bigotes» trata de identificar la ternura, el enfado, la alegría o el miedo. ¿Qué proceso seguiste para elegir los sentimientos de los que querías hablar?
Siempre tuve muy claro que debían estar presentes las emociones más conocidas por los niños, como la alegría, la tristeza, el enfado y el miedo. Sin embargo, al escribirlas, se me quedaba corto, y además me di cuenta de que había un claro desequilibrio entre las emociones, pues las “desagradables” superaban a las “agradables”. Después de suplicar un poco, mi editora me dejó ampliar las páginas del cuento y entonces añadí la calma y la ternura, que ya compensaban bastante. Aprovechando el tirón, me lancé a incluir la sorpresa y el asco porque me parecían divertidas y me permitían introducir elementos humorísticos en el relato. ¡Por suerte no me hicieron recortar!
El libro concluye animando a los pequeños lectores a expresar sus emociones ¿por qué es importante que sepan reconocerlas?
Porque todas tienen su función: nos ayudan a adaptarnos a las diferentes situaciones que vivimos. Ya sea como un primer paso para disfrutar de un acontecimiento positivo, como para empezar a solucionar un problema que nos acecha. Así, todas suponen una valiosa herramienta para afrontar el día a día y relacionarnos con nuestro entorno.
No hay que esforzarse en eliminar ninguna, ¡ni siquiera las que no nos gustan! Al fin y al cabo son respuestas innatas de nuestro cuerpo, nuestra cabeza y nuestro corazón, y siempre tienen un porqué. No soy en absoluto experta en psicología ni pedagogía, pero estoy segura de que a nadie le sienta bien no verbalizar o no expresar lo que siente. Eso genera muchísima frustración y una visión bastante pesimista de la realidad…


Has escrito poesía para adultos. ¿Te ha resultado muy complicado adaptarte ahora al idioma infantil?
Ha sido un reto con todas las letras y, encima, por partida doble porque, en paralelo, participé en el poemario infantil Versos de buenas noches junto a otros diez autores. Así que ha sido una lección de esas de “¿No quieres caldo? ¡Pues toma dos tazas!”.
Procuré que el enfoque y el lenguaje fueran cercanos, sin tener que bajar por ello el nivel del vocabulario o de la complejidad de las rimas. Lo bueno es que tenía a un conejillo de indias perfecto en casa. Nico, mi hijo de cinco años, además de servirme de inspiración para explicar las emociones, escuchó todas las versiones del cuento y me ayudó a identificar qué elementos funcionaban y cuáles no. Desde el principio mi intención fue conectar con los niños de manera natural y auténtica, sin hacer ver lo que no soy o pretender escribir como si fuera otra persona.

¿Crees que hay público infantil para la poesía?
¡Lo hay! De pequeña la mayoría de cuentos que yo leía estaban en verso y, gracias a eso, ¡aún recuerdo algunos pasajes enteros! El universo infantil está lleno de poesía, las rimas les atrapan por su musicalidad y al mismo tiempo añaden atractivo al relato que están leyendo, sobre todo a ciertas edades. Además, los niños no tienen los prejuicios que tenemos los adultos con la poesía, se enfrentan a ella de forma mucho más libre y valiente. No creen que sea un género difícil de comprender o que esté reservado solo a unos pocos. ¡Ahí demuestran mucha más sensibilidad y menos vergüenza que nosotros! Estaría bien que esta afición de leer textos en verso no se perdiera con la edad.
El universo infantil está lleno de poesía, las rimas les atrapan por su musicalidad y al mismo tiempo añaden atractivo al relato que están leyendo.
María Leach
¿Cuál es tu próximo proyecto?
¡La gran pregunta! ¡Ojalá que muchos! Me vuelve a picar el gusanillo de publicar un poemario para adultos, pero también querría seguir explorando este camino del álbum ilustrado infantil. No me cierro las puertas a nada, en realidad. Con lo que me apasiona escribir, estoy dispuesta a lanzarme a casi cualquier proyecto literario. Hasta ahora, he ido fluyendo bastante y sé de sobras que, por mucho que yo decida, “escribiré sobre esto y lo haré de esta manera”, luego viene un editor intrépido como Anna Casals y te abre una puerta que ni sabías que existía.

¿Qué bigotes me pasa? está editado por Baobab (Planeta).
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